Hay hombres que marcan verdaderos derroteros para heredarlos a las generaciones venideras y hacer de sus experiencias espejos confiables para reflejar futuros posibles con valores bien cimentados y experiencias gratificantes.
Ese es el caso de Hernando Riveros Ruíz, nacido en Santana, Boyacá, el 1 de julio de 1935, quien falleciera el pasado 17 de enero en la capital de la república.
Hernando Riveros Ruíz fue un destacado pedagogo de la Normal Superior de Tunja, se hizo Especialista en Educación y Psicología Evolutiva de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, realizó cursos de Literatura Clásica y Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.
Hernando Riveros Ruíz inició estudios de medicina en Buenos Aires, pero el amor por su esposa Luz Myriam fue más fuerte que sus aspiraciones académicas y regresó para iniciar junto a ella colosales proyectos que luego darían frutos imperecederos de progreso y desarrollo tanto personal como colectivo.
Con su inspiradora y celestina Luz Myriam, Hernando Riveros funda el Colegio Juvenil Colombiano el 6 de febrero de 1960 y trabaja sin pausa para ver, durante 46 años, el surgimiento de nuevas generaciones comprometidas con los valores afincados en mente y alma, para afrontar con donaire los desafíos de los nuevos tiempos.
Hernando fue uno de esos hombres que regocijaba su corazón al ritmo de bambucos, torbellinos y guabinas, aires que interpretó de manera magistral en su amado e inseparable requinto y en el tiple de donde arrancaba armoniosas melodías para rendir tributo de admiración y cariño a los aires de la zona andina colombiana.
Marcela, Hernando y Ricardo son hoy la prolongación de su existencia y ellos, junto a su madre Luz Myriam, serán los encargados de continuar con el legado para que en los niños y los jóvenes sigan floreciendo el amor por lo nuestro y las prácticas benéficas para el espíritu, que hacen mejores seres humanos como lo proclamó y lo hizo siempre Hernando Riveros Ruiz.
Un hombre serio, de punto blanco en el vestir y una sonrisa franca con la que inspiraba admiración y respeto, quien con un amoroso beso entregado en las mejillas de su compañera y de sus hijos, magnificaba en acciones ciertas el amor por la familia y el apego a las buenas costumbres, propias de patriarcas que como él, supieron construir idearios de avance para beneficio de la sociedad.
El alma de Hernando Riveros Ruiz, seguirá galopante entre su familia, amigos, su amada comunidad educativa y los instrumentos vernáculos de la patria, porque «nunca muere, quien no se olvida».
