
Pese a los brotes de inseguridad registrados en el suroccidente del país y los actos de violencia vividos en varias zonas de la geografía, nacional, más de (9,022,000) nueve millones veintidós mil vehículos se desplazaron por las carreteras colombianas, en busca de los destinos más apetecidos por los nacionales y extranjeros.
Durante los días santos del 2025, Colombia no solo celebró con fervor su espiritualidad ancestral, sino que también fue testigo de un fenómeno esperanzador como ha sido, el florecimiento vigoroso del turismo, como una primavera que irrumpe con fuerza tras un largo invierno.
Más de cuatro millones de almas, viajeros, peregrinos, soñadores y exploradores, se movilizaron a lo largo y ancho del país, dejando tras de sí huellas de dinamismo económico y cultural que beneficiaron a más de 106.000 prestadores de servicios turísticos.

Los números no mienten, pero más allá de su frialdad, encierran historias de carreteras vibrantes, terminales colmados y hoteles repletos de ilusión. Se proyectó que más de 3,3 millones de viajeros se desplazaron dentro del territorio nacional durante esta temporada, un auténtico respiro para el sector turístico, golpeado por la incertidumbre.
En cuanto al turismo internacional, 612.575 flujos migratorios fueron registrados, incluyendo a colombianos que regresaban al terruño y a extranjeros deseosos de descubrir los encantos de esta tierra que sabe mezclar lo sagrado con lo sublime.
Esta cifra representa un aumento del 7% en comparación con el año anterior, como un río que crece con fuerza tras las primeras lluvias del año.
Las grandes urbes marcaron tendencia en intención de hospedaje: Bogotá, con su mezcla de historia y modernidad, lideró con un 38% de preferencia entre los viajeros internacionales, seguida por la siempre vibrante Medellín (21%) y la perla del Caribe, Cartagena (20%).

Los caminos de Semana Santa llevaron a los viajeros a destinos donde la cultura, la espiritualidad y el descanso se dieron la mano en un abrazo generoso.
- Bogotá, la capital de todos, ofreció mucho más que su altivez andina. Fue escenario del Festival Internacional de Música Clásica «Bogotá es América», un verdadero banquete sonoro con 40 conciertos, entre ellos 11 gratuitos, donde la música se elevó como oración y arte.
- Medellín, con su oferta gastronómica y cultural, sedujo por igual a locales y foráneos. La ciudad de la eterna primavera se transformó en una paleta de colores, sabores y melodías que dejaron huella en el alma.
- Cartagena y Santa Marta, abrazadas por el mar, recibieron a los viajeros con su promesa de descanso. Sol radiante, playas acogedoras y una infraestructura pensada para el bienestar del turista hicieron de estas ciudades un remanso de paz y alegría.
Hubo quienes, lejos de las rutas tradicionales, se atrevieron a explorar lo inexplorado, descubriendo el alma escondida de Colombia:
- Montería y Coveñas, que sorprendieron con un aumento en reservas del 805% y 643% respectivamente, según Booking.com, se consolidaron como nuevas promesas del turismo nacional.
- Capurganá, en el corazón del Chocó, duplicó su popularidad. Allí, donde la selva se funde con el mar, el ecoturismo florece como una alternativa sustentable y encantadora.

Para muchos, la Semana Santa sigue siendo un viaje al alma, un reencuentro con lo divino; por ello, destinos con arraigo religioso vivieron un renacer en visitantes:
- Popayán, la ciudad blanca, volvió a vivir sus icónicas procesiones, declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, con una solemnidad que estremece.
- Santa Cruz de Mompox, que desde 1564 mantiene viva su tradición católica, deslumbró con su arquitectura colonial y su quietud sacra.
- Villa de Leyva, en Boyacá, se vistió de música sacra y encanto patrimonial.
- Santa Fe de Antioquia, con más de 350 años de historia, ofreció una de las celebraciones más conmovedoras del país.
- Bojacá, en Cundinamarca, atrajo por su santuario y por la peculiar tradición de bendecir vehículos, reflejo de una religiosidad que se entrelaza con la vida cotidiana.

No todo fue incienso y tradición porque el llamado del mar y la selva también se hizo sentir en los corazones de quienes buscaban conexión con la naturaleza:
- Playa Blanca (Barú), cercana a Cartagena, encantó con sus arenas níveas y aguas color turquesa.
- El Parque Nacional Natural Tayrona, en Santa Marta, fue el edén de los ecoturistas.
- San Andrés Isla, con su mar de siete colores, ofreció un espectáculo marino inigualable.
- Palomino (La Guajira) cautivó a quienes buscaban desconexión y aventura, entre tubing y avistamiento de flamencos en el Santuario de Fauna y Flora Los Flamencos.
En este balance general hay rincones que siguen brillando con luz propia como el caso de Tocancipá, en Cundinamarca, que implementó una programación especial que combinó lo religioso con lo cultural, en un ambiente familiar y participativo.

Santander se mostró con gran fuerza con emblemáticas procesiones en Bucaramanga, en tanto que en ciudades como San Gil se llevó a cabo el Festival de Música Andina Colombiana y Sacra, con una gran afluencia de público.
En el alma de Boyacá, municipios como Paipa, Tunja, Villa de Leyva y el pintoresco Pueblito Boyacense en Duitama fueron epicentro de procesiones, encuentros corales, conciertos, exposiciones de arte sacro y un banquete de sabores que evocaron la tradición campesina, donde la gastronomía es oración y memoria para los miles de turistas que arribaron a los icónicos destinos.

Queda demostrado entonces, que la Semana Santa 2025 no fue solo una fecha en el calendario, sino, una declaración de vida, de reencuentro, de resiliencia.
Las cifras hablan de una recuperación sólida del turismo, pero lo más importante fue el reencuentro de los colombianos con su país, con sus raíces, con su espiritualidad.En cada maleta hubo una historia; en cada destino, un abrazo entre cultura, fe naturaleza y Colombia, una vez más, demostró que es tierra de encuentros, y que cuando su gente