
Allí, donde la música se vuelve patria y los acordes se convierten en oración, brilla con fulgor inconfundible la delegación de Boyacá en el Festival Mono Núñez.
No es una presencia pasajera ni un susurro en el viento, es una voz firme, una estampa respetada y una bandera cultural que ondea con orgullo en el corazón mismo del folklore colombiano.
Desde 1992, año en que se hizo el relevo en la representación de la regional, Boyacá ha cultivado con tesón una obra de amor por el arte, una titánica gestión cultural que, a pulso, ha labrado un camino de reconocimiento y admiración para llegar a convertirse en una de las delegaciones de mayor impacto, sin el ánimo de competir con las demás delegaciones, sino por el contrario con el deseo de hermanar las culturas y los saberes ancestrales.
En ese andar perseverante, se han conjugado voluntades públicas y privadas, entretejidas por un mismo propósito: abrirle caminos al arte boyacense, tender cigoñales al talento joven, al semillero, y consagrar espacios para quienes viven en amancebamiento con el tiple, la bandola, la guitarra y el requinto.

La Gobernación de Boyacá, a través de su Secretaría de Cultura y Patrimonio, y con el apoyo logístico de la Secretaría General, ha sido luz constante. También han dicho “presente” el Fondo Mixto de Cultura de Boyacá, Comfaboy, Urbaser, la Cámara de Comercio de Duitama y los alcaldes de los municipios donde nacen los artistas que, con coraje, se abren paso hasta ser elegidos como embajadores musicales en la gran urbe del folklore nacional.
Tunja, Paipa, Duitama, Sogamoso, Tibasosa, Nobsa, por mencionar algunas de las ciudades que constantemente entregan apoyo a sus artistas para hacer parte de la nómina del evento, se han convertido también en aliados estratégicos para que estos destinos muestren allí la grandeza de sus eventos, logrando el posicionamiento de los mismos en el acreditado y muy cualificado certamen.
Porque el Festival Mono Núñez no es simplemente un evento; es la cumbre, la vitrina excelsa de la música andina colombiana y allí, cada nota tiene memoria, cada estrofa tiene historia, y cada intérprete se convierte en cronista de la tierra.

Comparado con los Grammy por su prestigio y significado, en este festival no se busca una estatuilla dorada, sino algo más profundo: la anhelada bandola, símbolo del alma de Benigno Núñez, custodio eterno de la herencia sonora de los Andes.
En los múltiples escenarios que vibran al ritmo del festival, no sólo convergen los más excelsos exponentes de la interpretación y la composición nacional porque también llegan, con el alma al descubierto, artistas de México, España, Venezuela, Argentina, Ecuador, Perú y hasta de rincones lejanos como Inglaterra. Todos atraídos por ese llamado ancestral que emana de la Plaza, del Concierto Internacional, del espíritu mismo de Ginebra.
Por eso, participar allí no es solo un honor: es una oportunidad estratégica. Hacer presencia institucional, desde lo público o lo privado, es sembrar imagen, hacer patria y contarle al mundo que Colombia tiene corazón cultural.

Durante esos días, Ginebra se transforma en el epicentro de una sinfonía diversa: melómanos, folcloristas, empresarios, medios nacionales e internacionales y un público fervoroso se congregan en una verdadera romería artística que desborda escenarios y emociones.
Apoyar esta causa no es simplemente patrocinar; es creer, invertir en lo que somos, es dejar una huella en el alma de un pueblo porque estar en el Mono Núñez es construir marca, proyectar identidad y tejer alianzas que van más allá de lo comercial: son pactos con la cultura, con la memoria, con la esperanza.
Y Boyacá lo ha entendido con claridad meridiana, por eso ha enviado, año tras año, una de las delegaciones más nutridas del certamen. Más de 300 almas entre músicos, gestores, simpatizantes y soñadores. Todos vistiendo con orgullo las icónicas camisetas estampadas y una bandola troquelada, símbolo que se ha vuelto emblema, amuleto, colección y reliquia para quienes reconocen su valor como ingenio emocional.
No ha sido tarea fácil. Ha sido, sí, una proeza silenciosa, un trabajo de hormiga que ha construido una presencia sólida, recordada y esperada, porque cuando la delegación boyacense llega a Ginebra, no lo hace en nombre de uno, sino en nombre de todos. Es Boyacá quien entra en escena, quien pisa fuerte, quien canta con alma y hace retumbar el nombre de su tierra libertaria en cada rincón del festival.

El Mono Núñez ha sido también semilla fértil para una nueva generación y allí, entre el murmullo de las cuerdas y los aplausos del público, han nacido jóvenes talentos que han recorrido cada peldaño
Del Festival Infantil al de la Plaza, de los Conciertos Dialogados hasta la cúspide en el Coliseo Gerardo Arellano Becerra. Es en ese recinto sagrado donde la música se convierte en eternidad, donde cada artista revive la emoción del camino recorrido, y donde la patria entera se emociona con cada nueva figura que oxigena el pentagrama nacional.
Boyacá no solo participa. Boyacá vibra, encanta, resplandece, porque en el Mono Núñez no solo se canta… También se sueña, se vive y se aprovecha para poner en la mejor vitrina las marcas y entidades que desde la responsabilidad social, trabajan sin pausa por la reconstrucción del tejido comunal a través de la valoración del arte, los artistas y la cultura.