
Colombia amanece de luto. En la noche del miércoles 21 de mayo, a las 8:38 p.m., se apagó una de las voces más entrañables y emblemáticas del cancionero nacional: Carmenza Duque, la inolvidable intérprete de La potra zaina, falleció a los 74 años, tras enfrentar complicaciones cardíacas que la llevaron de urgencia a una clínica. Su partida marca el fin de una era dorada de la música popular y romántica colombiana.
Carmenza Duque, nacida Carmen Elvira Duque Uribe, el 17 de marzo de 1951 en Manizales, Caldas, fue un símbolo del sentimiento patrio, una voz que supo cabalgar entre la nostalgia, el amor profundo y la fuerza femenina que la convirtió en ícono.
Su historia artística comenzó con un halo de misterio, cuando su potente voz apareció por primera vez en la radio, sin nombre ni rostro, bajo el seudónimo de la voz fantasma, en el programa La noche fantástica del reconocido Otto Greiffestein. Era entonces, el inicio de una trayectoria que con los años se tornaría legendaria.
En los años 70, con apenas veinte años, Carmenza comenzó a publicar sus primeros discos y a forjar su lugar entre los grandes nombres de la canción romántica. Su estilo, delicado pero firme, nostálgico pero brillante, le abrió puertas en Perú, Ecuador, Venezuela y, por supuesto, en el corazón del pueblo colombiano.

Fue en 1986 cuando su nombre resonó con fuerza en los medios y en la memoria colectiva, gracias a su participación en la película El niño y el Papa, en la que interpretó a Carmen Peralta.
Su interpretación fue tan conmovedora que le valió el honor de cantar durante la histórica visita del papa Juan Pablo II a Colombia, en una recepción oficial presidida por Belisario Betancur. Desde entonces, su voz quedó ligada al alma espiritual y musical de la nación.
Pero si existe una canción que inmortalizó su figura en el corazón popular, fue sin duda La potra zaina, tema principal de la telenovela homónima de 1993. Su interpretación, visceral y conmovedora, se convirtió en himno de muchas generaciones, y aún hoy retumba en la memoria de quienes crecieron escuchándola.
A lo largo de su carrera, Carmenza Duque grabó más de 45 álbumes entre discos de estudio, sencillos y recopilaciones. Obras como Las más bellas canciones de Jorge Villamil, El corazón del Quindío, Ecuador, la mitad del mundo o El secreto de mi voz dan cuenta de su sensibilidad artística, su amor por las raíces latinoamericanas y su capacidad para reinventarse a lo largo del tiempo sin perder su esencia.
Hoy, el silencio se posa sobre los pentagramas de la patria como un crespón negro. Nos queda su música, refugio y memoria, y su legado, ese que vibra cada vez que su voz, cristalina y poderosa, canta al amor, a la tierra, a la esperanza.

Carmenza Duque deja un hogar, dos hijos, y millones de corazones conmovidos, pero, sobre todo, deja una huella sonora imborrable en la historia cultural de Colombia.
Ha partido una estrella, pero su luz, esa que brota de su canto, seguirá brillando en el cielo de nuestra memoria.
Paz en su tumba y Gloria eterna a su voz.