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El que las usa, las imagina…

Jun 9, 2025

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Hay un veredicto popular, de esos que brotan de la sabiduría silenciosa de los pueblos, que reza con fuerza y verdad: “El que las usa, las imagina.” Y es que, no hay frase más certera para describir a ciertos personajes que transitan por la vida como sombras disfrazadas de humanidad, sembrando cizaña, actuando con bajeza, manipulando, robando, mintiendo, dañando y creyendo, desde su oscuro pedestal, que todos son como ellos.

Porque quien acostumbra a mentir, ve mentiras en cada palabra ajena. Quien vive de trampas, cree que todo triunfo es fraude. Quien traiciona, sospecha de todos. Quien roba, desconfía del honrado. Quien calcula con sevicia, acusa sin pruebas y quien solo ha usado máscaras, jamás cree en un rostro sincero.

Estos seres, revestidos de astucia y desconfianza, no solo hacen daño, sino que también viven en la cárcel de su propio veneno. Proyectan su ruindad sobre los demás porque ya no conciben otro modo de vivir.

Han distorsionado tanto el mundo a través de sus actos, que ya no pueden ver la bondad sin sospechar intereses ocultos; no creen en la solidaridad sin pensar en una trampa, no entienden el éxito si no es fruto de la corrupción o el artificio. Son, en esencia, los albañiles de su infierno moral, y se esfuerzan por arrastrar a otros consigo.

El que roba, ve ladrones en todas partes. El que manipula, se la pasa interpretando conspiraciones. El que trama, cree que todos conspiran. Y así, su mundo se vuelve un espejo de su alma enferma, porque el otro refrán asociado a este fenómeno reza también, que: “El que las usa, las imagina.”

Esto no es solo una advertencia, sino también una radiografía del alma torcida y una manera en que la conciencia, cuando está teñida por la malicia, transforma la percepción del mundo.

Personajes amargos que no solo hacen daño: viven convencidos de que todos son como ellos y no pueden distinguir la nobleza porque la han perdido. No pueden aceptar la transparencia porque viven en la opacidad y no pueden creer en el bien porque ya lo borraron de su mapa interior.

Esta especie humana, se convierten en jueces duros, implacables, crueles. No por amor a la justicia, sino porque proyectan su sombra sobre los demás. Atacan la virtud porque les incomoda. Se burlan de la honestidad porque les parece ingenua. Sabotean el esfuerzo limpio porque les recuerda todo lo que ellos no son capaces de hacer sin recurrir al atajo.

Pero hay algo más profundo todavía, y es que estos sujetos, muchas veces, no son conscientes del todo de su distorsión por cuanto, han normalizado tanto su proceder que piensan que ese es el camino de todos.

Su mirada está tan contaminada, que creen ver en los ojos ajenos sus propias tretas, y eso los vuelve aún más peligrosos, porque se convierten en víctimas de su propio teatro mental y por ello sospechan, acusan, señalan, castigan; no porque vean el mal afuera, sino porque llevan un monstruo dentro que ya no logran silenciar.

Mi reflexión de hoy nos invita a una toma de conciencia. No para juzgar a estos seres, sino para comprender y, en lo posible, resistir a su influencia, toda vez que, el mal, cuando no se lo enfrenta, se contagia y no hay nada más destructivo que empezar a desconfiar del bien sólo porque alguien nos sembró la duda con sus propias desventuras.

Hay que recordar que el alma también se cuida; y se cuida evitando vivir con el alma ajena, especialmente si esa alma está empobrecida con resentimientos, ambiciones torcidas o delirios de grandeza que sólo encubren su vacío interior.

Por eso, ante la calumnia, la acusación sin fundamento, el señalamiento malicioso… Detengámonos, respiremos profundamente, y recordemos esta máxima: Quien nos acusa sin pruebas, puede estar hablando más de sí mismo que de nosotros y quien nos culpa sin razón, quizás se esté confesando sin saberlo.

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El que las usa, las imagina…

Jun 9, 2025

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