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Los Judas del Camino

Apr 17, 2025

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Con la llegada de la semana de reflexión, y con el alma empapada del silencio sagrado que deja la pausa espiritual, emergen en lo más recóndito del pensamiento ciertas cavilaciones que no se disipan. 

O…más bien, se arraigan como raíces viejas en el imaginario del recuerdo, formando un catálogo de imágenes que, aunque dolorosas, se tornan inevitables y entre todas, hay una que se repite con furia: la traición.

La figura de Judas, ese personaje infame de la historia bíblica, vuelve a tomar cuerpo en nuestros días, ya no como un ser de antaño, sino como una sombra constante que camina a nuestro lado. 

No lo vemos con túnica ni con la bolsa de monedas entre los dedos, pero sí lo reconocemos en miradas esquivas, en abrazos que hielan, en palabras suaves que esconden el filo de una daga, porque los Judas del camino no desaparecieron con el Gólgota, simplemente cambiaron de rostro.

Hoy, los traidores llevan el rostro de los que se sientan a nuestra mesa, de los que comparten nuestros sueños, de aquellos que, en apariencia, caminan con nosotros hacia un mismo destino. 

Pero su compañía no es leal porque están cerca, sí, pero no para sostenernos, están allí para empujarnos con disimulo hacia el abismo, nos ofrecen la mano, pero no para levantarnos, sino para asegurarse de que caigamos con más fuerza.

«Estando cerca, por lo menos le puedo dar el agua envenenada», reza un adagio popular cargado de crudeza y verdad, y es que la traición más devastadora no viene de lejos, sino del que conoce nuestras grietas, del que ha escuchado nuestras penas, del que sabe en qué momento dudar de nosotros para debilitarnos porque, el enemigo lejano hiere, pero el cercano, el que se hace llamar amigo, ese destruye.

Los Judas del camino no son siempre obvios, a veces sonríen más que los sinceros, a veces aplauden más que los que realmente nos admiran. Se camuflan entre los afectos, mimetizan su veneno entre los gestos de afecto, y cuando menos lo esperamos, allí están, entregando lo que somos al mejor postor, o simplemente saboteando lo que construimos con esfuerzo.

Pero más allá del dolor, los Judas también cumplen una función. Revelan y nos muestran quiénes somos, qué valor tiene nuestra verdad, cuánta fe tenemos en seguir andando incluso con el corazón atravesado. 

Cada traición duele, sí, pero también depura, cada caída por una mano cercana es una oportunidad de aprender a mirar con más claridad y a elegir con más sabiduría a quienes merecen caminar a nuestro lado.

La vida, al fin y al cabo, no es una procesión de ángeles, es un sendero polvoriento donde coexisten santos y traidores, algunos nos iluminan, otros nos ciegan, algunos nos levantan, otros nos sepultan, y sin embargo, seguimos, porque, aunque los Judas sean inevitables, la esperanza de una lealtad verdadera también persiste, y es esa posibilidad la que nos permite continuar, con paso firme y mirada alerta.

“¿Seré yo, Maestro?”

Esa fue la frase descarada, casi cínica, que pronunció aquel hombre que ya había pactado con la traición, el que entregaría a su maestro por unas cuantas monedas de plata. 

No hubo titubeo en sus palabras, ni culpa en su rostro, solo la apariencia de quien sabe que ha traicionado, pero aun así pretende mantenerse limpio ante los demás.

Y es que así son los Judas del camino, por cuanto, venden al mejor postor a su amigo, a su hermano, a su benefactor. Se deshacen del leal sin remordimiento, como si la memoria de los favores, del cariño compartido o del apoyo incondicional no tuviera peso alguno. 

Son expertos en borrar historias, en enterrar gratitudes, en fingir inocencia mientras afilan sus palabras como cuchillos.

La traición parece estar tatuada en el ADN de la humanidad y no hay época libre de ella. Pero en estos tiempos que vivimos, donde los valores se han desdibujado y la verdad es mercancía de pocos, pareciera que los traidores han encontrado el terreno perfecto para florecer. 

Ya no se esconden en sombras, hoy, incluso sonríen desde los primeros puestos, reparten abrazos vacíos, y predican lealtad mientras traman cómo hacerte caer, para saciar sus apetitos y vanidades personales.

Lo más doloroso no es que existan los Judas, porque eso ya lo sabemos. Lo devastador es descubrir que uno de ellos estaba cerca, que compartía el pan, que conocía nuestras debilidades, que a veces incluso oraba con nosotros. 

Y cuando llega ese momento en el que se cae la venda, no queda más que ese silencio pesado y esa pregunta amarga que retumba en la conciencia: ¿Seré yo?

La traición no siempre llega disfrazada de maldad evidente, a veces se cuela en pequeñas omisiones, en silencios cobardes, en lealtades tibias que, cuando más se necesitan, desaparecen. 

Todos estamos en riesgo de fallar, de ceder al egoísmo, de justificar lo imperdonable, y por eso, más que señalar a los traidores del camino, es necesario mirarse al espejo con honestidad.

Que nunca tengamos entonces que hacernos esa pregunta, que jamás seamos nosotros los que vendamos al otro por monedas o favores, y si alguna vez sentimos que podemos fallar, que la conciencia nos detenga a tiempo, porque la verdadera grandeza del ser humano no está en no caer, sino en saber elegir el bien cuando todo invita al mal.

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Los Judas del Camino

Apr 17, 2025

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